Senderos Salesianos

10 mayo 2023

Recordando el valor del tiempo de Don Bosco

 

Con frecuencia decimos que el tiempo es oro. Mucho antes de que apareciera esta definición de negociantes, habíase dicho que el tiempo es precioso, y hasta siguiendo el pensamiento de San Vicente Ferrer que valía tanto como Dios porque Él ha de ser nuestra recompensa si sabemos emplearlo como es debido.

No es pues extraño que siendo Juan Bosco seminarista, que estaba educado en la escuela de los santos, se sirviera de mil estratagemas para emplearlo del mejor modo posible.

En la antesala de su cuarto en Turín, se veía un cartel que en gruesos caracteres decía: “Cada instante vale un tesoro”. Era un aviso que quería tener siempre presente y que podía ser útil a los que acudían a visitarle. Siempre hemos conocido del amor que desde su infancia profesó al trabajo, y de su decidido empeño en evitar lo ociosidad.

Sabemos que durante el tiempo que permaneció en el Seminario realizó verdaderos prodigios, y bien se puede decir que no perdía ni un instante. En el tiempo que le sobraba por la mañana después de haber cumplido con todos sus deberes, pudo leer en el dormitorio la Historia Eclesiástica de Bercastel.

En otras horas más o menos libres. Leyó y aprendió casi de memoria la Historia del Antiguo y Nuevo Testamento, las antigüedades Judaicas de Flavio Josefo, comentarios sobre la Biblia, las cartas de San Jerónimo, varios volúmenes de Santo Tomás y otras.

 

 

Don Bosco incansable lector

En los recreos, aunque por su carácter no podía menos de ser jovial y alegre, hablaba siempre de cosas útiles procurando aprender algo. Hasta en sus últimos días recitaba con gusto los mejores trozos de Dante, Tasso y otros poetas notables aprendidos en su juventud. También sabía de memoria las mejores páginas de Cicerón, Tito Livio, y de varios autores griegos. Las recitaba de tal modo, que excitaba a los oyentes a hacer otro tanto.

Cuando se sentía cansado del estudio se dedicaba a otro género de entretenimientos. Arreglaba la sotana, la ropa interior; hacía un bonete u otra prenda cualquiera, que luego dejaba a escondidas en la celda del que más la necesitaba, porque su ardiente caridad le impulsaba a socorrer al prójimo en todo lo que podía. No había servicio que él no prestara de buen grado, razón por la cual tenía cautivado el corazón de sus compañeros.

Cuantos “tiempos” he pensado en la separación de su madre, Margarita, y su querido hijo al tener que separarse de su cariño cercano y en definitiva del hogar, por necesidad en principio y por los estudios después. ¡Pobre madre! Son muchos años para una madre. Y deseaba que al llegar su hijo Juan a ser sacerdote, disfrutaría de su compañía desde la Parroquia a la que pertenecería, Murialdo, donde nació, de la aldea de Castelnuovo de Asti, hoy Castelnuovo Don Bosco.

No tememos ofender la memoria de la incomparable Margarita al afirmar que el día de la primera Misa de su hijo fue para ella un día de doloroso sacrificio. ¡Lo había esperado con tanta ansiedad! ¡Le había costado tantas lágrimas y plegarias!

Recibió un aviso de que su hijo se quedaría en Turín, y celebraría su primera Misa en la Iglesia de San Francisco de Asís. Era domingo 6 de junio de 1841, fiesta de la Santísima Trinidad y el día anterior había sido ordenado sacerdote por el Arzobispo Ilmo. Sr. Fransoni.                                                            

Don Bosco se quedaba y comprender que esta noticia le destinaba al Colegio de los nuevos sacerdotes en compañía de su confesor el Padre Cafasso. Basta considerar lo que es una madre para comprender que esta noticia fue una espina para su amante corazón. Pero se conformó con la voluntad de Dios, contentándose con el pensamiento de que no tardaría mucho en verle.

Mama Margarita

Don Bosco celebró su primera Misa el día en que todo el Piamonte conmemora el Milagro del Santísimo Sacramento, acaecido en Turín el año 1453.[1] Se celebró sin pompa ni ruido en el altar consagrado al Santo Ángel de la Guarda.

Primera misa de Don Bosco

Escribiendo a su madre aquel mismo día para justificar su conducta, le decía que el deseo de celebrarla con el mayor recogimiento posible le había inducido a alejarse de su pueblo para evitar el fausto y bullicio que sin duda alguna hubieran dado al acto sus parientes y amigos.

Ningún sacerdote de la diócesis de Turín dejaba, si le fuera posible, de celebrar una de sus primeras misas en la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolata, patrona de Turín. Don Bosco que no ignoraba cuanto debía a esta celestial Madre, cumplió también con la piadosa costumbre, y el segundo día celebró en su altar, materialmente cubierto de exvotos, que la piedad de los fieles depositaba a los pies de aquella venerable imagen, que es tenida por una de las que pintó el Evangelista San Lucas.

¡Cuántas gracias no derramaría la Santísima Virgen sobre aquel nuevo sacerdote, a quien había escogido para instrumento de sus maternales designios!

La tercera quiso celebrarla en Chieri, en la Iglesia de Santo Domingo, y la cuarta en la catedral donde en su niñez había sido muy favorecido por el Señor. No es posible describir la alegre acogida que el vecindario dispenso al nuevo sacerdote. Las familias que le habían tenido de maestro de sus hijos, los que le debían algún favor, sus compañeros y maestros, en una palabra, todo el pueblo daba pruebas de alegría y respetuoso afecto.

Cuadro de la Virgen de la Consolata de la antigua capilla de Valdocco

Para corresponder a las muchas atenciones de que fue objeto, tuvo que detenerse dos días y solo haciendo una dulce retirada, pudo llegar a su pueblo en la festividad del Corpus para celebrar la Misa solemne. Finalizada la Misa asistió a la procesión que resultó tan piadosa y devota que hizo llorar a cuantos la presenciaron.

Al retirarse por la noche a su casa, después de un día de tantas emociones, acertó a pasar por el sitio en que según el sueño que tuvo a la edad de nueve años, recibió de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen el cargo de educar a los niños. No pudo contener las lágrimas y exclamó “¡Cuan admirable son los juicios de la Divina Providencia! ¡Dios ha levantado del polvo de la tierra a un pobre niño, para colocarlo entre los príncipes de su pueblo!”.

Este es Don Bosco y nosotros sus queridos antiguos alumnos. ¿Se puede ser más? Sepamos serlo de verdad y no le defraudemos.

 

[1] El 6 de junio de 1453, cuando se enfrentaron las tropas de Renato d’Angió, rey de Nápoles, con las milicias del duque Ludovico de Saboya, mientras un grupo de soldados saqueaba los alrededores, uno decidió entrar a la Iglesia robando la custodia con la Hostia consagrada. La introdujo en un saco, que subió sobre su mulo.  El ladrón tomó al animal y se dirigió a Turín. Al llegar a la Plaza Mayor el mulo tropezó, cayó, se abrió el saco y ante el asombro de todos vio la custodia y como la Hostia se elevaba al cielo. Avisado el Sr. Obispo acudió y postrándose todos de rodillas exclamó: “Señor quédate con nosotros”. La Hostia fue descendiendo lentamente y se situó en el cáliz que el Sr. Obispo llevaba en sus manos

Se recuerda el milagro todos los centenarios del suceso, especialmente el celebrado en 1853 por el Papa Pío IX, que contó con la presencia de San Juan Bosco y Don Rúa.

 

Manuel Carranza

 

                                                                              

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