El fruto de un silbido
El pasado 8 de diciembre se cumplieron los 181 años del inicio de la obra del Oratorio de San Francisco de Sales. Todos sabemos la historia, muy recurrida por cierto, al iniciar cualquiera de las múltiples actividades de Don Bosco.
Recordemos como arrinconado en la Iglesia de San Francisco, solo y abandonado, como buscando cobijo que le guardara, fue invitado por el sacristán para que ayudara a Don Bosco que se revestía para la celebración de la misa. Se llamaba Bartolomé Garelli y no tenía ni idea para ello. Malhumorado el sacristán quiso echarlo de la sacristía, pero Don Bosco que observaba la situación intervino y salió en defensa del muchacho.
Le hizo varias preguntas y entre ellas la que dio el mayor fruto para el Oratorio: Si Sabía silbar. ¡Siii! contestó Bartolomé. Y fue el principio de la Puerorum Schola que Don Bosco y sus hijos pasearon con gran edificación y asombro de las gentes por todas las Parroquias de Turín y su provincia. Luego por las principales ciudades de Italia y algunas de Francia; fue una predicación y un semillero de muchas otras. Y como en la prensa no se contentó con la Iglesia, sino con penetrar en los salones en el Teatro y sobre todo en las familias.
Don Bosco también pensaba en que las reuniones dominicales resultaran lo más amenas posibles. Sabía tocar discretamente el órgano y el piano, había estudiado algunos de los métodos más famosos para aprender a tocar y cantar, y su voz, de gran extensión, alcanzaba armoniosamente hasta el do de la segunda octava.
Como se acercaba ya la fiesta de la Navidad quiso preparar un villancico en honor del Niño Dios. Compuso y escribió la letra apoyado en la barandilla de un pequeño coro de la iglesia de San Francisco y él mismo puso la música y resulto tan afectuosa que hacía brotar las lágrimas haciéndosela aprender a lo muchachos ajenos a toda instrucción musical y conocimiento de la solfa.
Su constancia vencía toda dificultad y como al principio no tenía un sitio en la Residencia Sacerdotal para los ensayos, los realizaban fuera de casa paseando por las calles con un grupo de muchachos y repitiendo la canción en voz baja, mientras la gente quedaba extrañada de tal situación. El villancico se les quedó tan grabado que aquellos cantores lo recordaban aún en 1886, de suerte que después de tantos años se pudo reproducir con sus propias notas para perpetua memoria.
Se conserva todavía el precioso manuscrito de la letra. Lo cantaron por primera vez en 1842 en la iglesia de los Dominicos y en la Virgen de Consolata, en la Capilla del Oratorio, dirigiendo el coro y tocando el órgano el propio Don Bosco. Los turineses no acostumbrados a oír en el coro las voces blancas de los niños, quedaban entusiasmados. Debemos aclarar que en aquellos años solamente cantaban en las funciones de Iglesia voces robustas y no siempre agradables.
No se puede ponderar bastante lo que estos cantos aumentaban la alegría y el entusiasmo de los jovencitos y la admiración del gentío del pueblo. Un día llevó Don Bosco a sus muchachos a la Virgen del Pilón, atravesaron el Po en tres barcas y, al llegar en medio del rio, entonaron un hermoso canto. La gente que se hallaba en las orillas al oír aquel canto se paró a escuchar. Después encantados de la melodía siguieron la dirección de las barcas, caminando por la carretera. Como había entre ellos algunos con trompetas, se dieron a tocar sus instrumentos acompañando aquel motivo musical, que era muy fácil, produciendo un efecto mágico.
Los habitantes del barrio de la Virgen del Pilón salieron de sus casas y, al llegar las barcas a la orilla, se reunieron casi mil personas en derredor de los jóvenes cantores. Fue uno de los primeros triunfos de los músicos de Don Bosco, preludio de otros mil que habrían de conquistar el mundo.
La música fue un atractivo más para hacer llegar a los muchachos al Oratorio Festivo y para conquistar otros nuevos. También la gente extraña y los sacerdotes que iban a Valdocco quedaban maravillados del nuevo coro infantil, que respondía tan bien a los cuidados de su maestro, y le pedían con insistencia que fueran a cantar a sus iglesias.
Pero era necesario que Don Bosco lo dirigiese, porque ningún maestro del mundo hubiera conseguido el éxito: “Solo yo, decía riendo Don Bosco, era capaz de dirigir aquel coro”