HASTA SEBASTOPOL Y MÁS ALLÁ
Corrían los años ochenta, y el Club Amigos llevaba varios años realizando campamentos en el pueblo de Plan, en una pequeña casa, al lado del barranco Foricón, que nos servía de todo: cocina, dormitorio, comedor y hasta de sala de juegos. El grupo de niños que disfrutaba de esta actividad fue creciendo con los años, y el traslado de material cada vez era más importante, ya que había que subir desde neveras, hasta literas y colchones, para lo que se llegó a precisar de un camión.
Este camión, cedido generosamente, se cargaba un par de días antes de las colonias en el patio del colegio por la mañana, y se subía a Plan con algunos monitores para poder descargarlo y comenzar a montar la casa. Hasta aquí todo correcto. El camión era grande, de los que denominan tipo bañera, pero la carga sobre salía del camión por arriba. Cargamos todo lo necesario, y lo último que colocamos fueron los colchones. Unos treinta colchones, más o menos. Había pequeñas disensiones y bastantes diferencias de opiniones, ya que, según el salesiano encargado del club, los colchones no iban a aguantar, pero el conductor del camión cortó la discusión con un contundente: “Tranquilos, que así llegamos hasta Sebastopol”, con lo que todos nos quedamos más relajados, nos montamos en un coche y salimos detrás del camión. Este se nos adelantó un poco, y cuando cogimos la carretera de Barbastro, a la altura de Tierz, nuestra cara comenzó a transformarse en una inesperada sorpresa, ya que en la cuneta de la carretera comenzaron a aparecer colchones, como plantación de lechugas. Al poco vimos de nuevo al camión, que había dado la vuelta en el estrecho Quinto, para bajar a recuperar los colchones que había perdido. Conseguimos parar en el mismo lugar donde él había dado la vuelta, para acabar de reírnos a pierna suelta, ya que la ocasión lo merecía. Desde ese momento, jamás se me ha olvidado donde está Sebastopol.