El sombrero de Don Bosco
El 16 de abril de 1852, hacia el mediodía, oyó se una terrible detonación y al mismo tiempo, una densa nube de humo cubrió como manto funerario, gran parte de la ciudad de Turín. Otra, mucho más fuerte y violenta, resonó a los pocos instantes, sembrando la desolación y el espanto entre los ciudadanos. ¿Qué había ocurrido?
Cerca de Valdocco, en el barrio de Borgo Dora, existían una fábrica y tres almacenes de pólvora que constituían para la ciudad una amenaza mucho más terrible que si albergara en su seno una horda de barbaros depuestos a toda clase de violencias. Una chispa bastaba para producir en la fábrica una terrible explosión para cortar la vida a sus 30 operarios. Pero contemos la historia desde el principio y tal como ocurrió.
Entre los niños recogidos por Don Bosco en el incipiente Oratorio de Don Bosco, había uno llamado Gabriel Fassio, que era un verdadero ángel por sus costumbres y por su eximia piedad. Trabajaba en un Taller de herrería y tenía apenas 13 años. Nuestro buen Padre le apreciaba mucho, y varias veces le había propuesto como modelo-
Cayó enfermo el angelical muchacho y en poco tiempo se vio reducido a los últimos extremos. Había recibido todos los auxilios de nuestra santa religión cuando un día se le oyó decir: “¡Pobre Turín! ¡Pobre Turín!» – ¿Por qué?, le preguntaron algunos compañeros que estaban a su cabecera. – Porque le espera un gran desastre. – ¿Cuál? – Un espantoso sacudimiento. – ¿Cuándo será? – El 26 de abril del año que viene. ¡Pobre Turín!. – ¿Qué debemos hacer nosotros? – Encomendaros a San Luis, y pedirle que proteja el Oratorio y a cuantos lo habitan.
Poco después Gabriel Fassio moría Santamente. El recuerdo de sus virtudes, y el acento, digámoslo así, inspirado con que había pronunciado aquel “¡Pobre Turín!”, impresionaron profundamente a sus compañeros, quienes acogieron con gran respeto el consejo de su malogrado amigo.
Desde aquel día al terminar las oraciones de la mañana y de la noche se rezó siempre en el Oratorio un Pater y una Ave María en honor de San Luis Gonzaga, añadiendo esta invocación: Ab omni malo, libera nos, Domine –libérame Señor de todo mal— practica, que aún ahora,

San Luis Gonzaga
se conserva en los Colegios Salesianos.
El pronóstico se cumplió y el 26 de abril de 1852, hacia el mediodía, oyóse una terrible detonación. Y al mismo tiempo una densa nube de humo cubrió como manto funerario, gran parte de la ciudad. Otra, mucho más fuerte y violenta. Resonó a los pocos instantes, sembrando la desolación y el espanto entre los ciudadanos. ¿Qué había sucedido? Cerca de Valdocco, en el barrio de Borgo Dora, como yanos hemos referido, existían una fábrica y tres almacenes de pólvora. Una chispa bastó para producir en la fábrica una terrible explosión que costó la vida a sus 30 trabajadores. Voló la fábrica, así como también varios almacenes, y no quedó vidrio sin romper en toda la población.
Muchas casas destruidas. Grandes piedras, trozos de muralla, pedazos de hierro candentes, volaron a más de cuatrocientos metros de distancia, y, como proyectiles de gigantesca bomba, cayeron sobre los palacios, en las calles y plazas, sembrando la destrucción y la muerte. Entre tanto la nube cada vez más densa cubría el sol y llenaba de terror s los habitantes. Quien grita, quien llora, quien corre, pero sin saber a dónde, porque la mayoría ignoraba el lugar y causa del desastre.
Dos Bosco sospechó enseguida lo que sucedía y en cuanto vio a los niños en lugar seguro, corrió al lugar de la catástrofe. ¡Qué horrible espectáculo! Esparcidos sobre los escombros humeantes véanse acá y allá, heridos, agonizantes, trozos de
cadáveres…pero otro peligro amenazaba la ciudad. Un almacén con mil kilógramos de pólvora en peligro de arder por la cercanía de las llamas.
Uno de los heridos en el interior del almacén y cercano a los barriles llenos de pólvora, Pablo Sacchi, heroico cristiano invocaba con fuerza a la Santísima Virgen. Don Bosco lo oyó y mientras atendía a los heridos, le cedió su sombrero, a falta de recipientes, en los momentos de mayor peligro, para echar agua a los barriles de pólvora evitando el desastre y asombrado al observar el piadoso cristiano, de como el sombrero de Don Bosco vertía multiplicado el número de litros de agua al que realmente recogía.
En cuanto al Oratorio, que estaba situado a 500 metros del polvorín pudo haber sido totalmente destruido. Enormes piedras y materiales inflamados cayeron sobre el patio. Muchos muros se abrieron y se destrozaron muchas puertas y ventanas; pero nada sufrió la capilla de San Francisco de Sales ni hubo que lamentar desgracias personales. Las obras que se fueron realizando en este cobertizo donde estuvo la primera capilla dedicada a San Francisco de Sales y las habitaciones de la casa adjunta, que fue alquilando progresivamente, estaban ubicadas en Valdocco, un barrio a las afueras de Turín. Allí sería donde Don Bosco centraría el desarrollo de su apostolado. Las adaptaciones del edificio y el terreno para el Oratorio fueran hechas por él mismo y sus muchachos. El cobertizo que se convirtió en capilla, con su sacristía y campana, fue bendecida por el arzobispo de Turín, el 20 de junio de 1852. Y el número de muchachos fue en aumento.
– “Ya hemos edificado una casa para el Señor, ahora habrá que preparar otra para sus hijos”. Y empezaron las obras en julio y se trabajó tan activamente que antes de los fríos el nuevo edificio pegado a la Capilla estaba techado. Pero un viento huracanado y mucha lluvia obligó a suspender los trabajos y el agua penetro por todas partes y arrastro poco a poco la mezcla y seguridad de paredes y muros.
La noche del 2 al 3 de diciembre mientras Don Bosco y los niños dormían todo se vino al suelo. La desgracia fue grande pero estaba la protección del Cielo. Adherido al edificio de tres pisos se encontraba la casita donde dormían Don Bosco y los niños. La pared del edificio que sobrepasaba la casita salvo la desgracia, la enorme pilastra se mantuvo firme salvó a los 30 niños y a Don Bosco.
Al llegar la primavera empezaron los trabajos y en el otoño próximo estaba terminado el edificio. Un distinguido caballero al ir a visitar las obras, se encontró con un señor que reclamaba, era el panadero, el pago de 1500 pesetas por el pan servido y no cobrado, negándose a aportar ni un nuevo panecillo. Se hizo cargo de la deuda y tan insigne bienhechor, que fue durante muchos años diputado a Cortes, era el ilustre Conde Carlos Cays, que poco después vistió la humilde sotana de los hijos de Don Bosco, para no abandonarla hasta la muerte.