Don Bosco quiso ser misionero
Noviembre nos trae el recuerdo de las expediciones de misioneros que Don Bosco soñó desde muy pronto enviar por todo el mundo a enseñar el Evangelio, pero muy especialmente por el amor que también siempre sintió por la juventud pobre. Así se realizó este pasado noviembre el envío de la 152ª Expedición Misionera Salesiana.
Se cumplen, por tanto, 146 años de aquel primer envío que partió de Génova el 11 de noviembre de 1875. Esta primera expedición misionera contó con sólo 10 salesianos: seis sacerdotes y cuatro hermanos coadjutores entre los muchos que habían respondido a su invitación.
Ese 11 de noviembre, Don Bosco les dio a los misioneros una despedida solemne en Valdocco, en el Santuario de María Auxiliadora, dirigiéndoles un largo sermón. A cada misionero le entregó un papel por él escrito como recuerdo, en el que destacaba tres principios: “busquen almas, no dinero, ni honores, ni dignidades; cuiden de los enfermos, los niños, los viejos y los pobres y se ganarán la bendición de Dios y la benevolencia de los hombres; y ámense entre ustedes, corríjanse mutuamente, no se tengan envidias ni rencores, que el bien de uno sea también el bien de todos”. Y consiguió en vida organizar hasta 11 expediciones misioneras.
No fue fácil hacer llegar a buen puerto esta primera expedición. Don Bosco quería allanar todo lo posible y abrirles puertas para antes de su llegada al destino. Para ello había escrito con tiempo una carta al arzobispo de Buenos Aires, proponiéndole el envío de salesianos para dos fundaciones en la capital y en San Nicolás de los Arroyos, ésta a 55 km de Buenos Aires, así como al Vicario y al párroco. Aceptada por la comisión fundadora del colegio de San Nicolás, tanto en favor de la población civilizada como de los “pueblos salvajes” de Argentina, Don Bosco les aseguraba que el personal a enviar, estaba capacitado para prestar los servicios superiores a las peticiones de los promotores argentinos, a la vez que complacía de manera especial al párroco, por la preocupante situación en la que se encontraba tanto del personal civil, o sea, de los emigrantes italianos que estaban perdiendo la fe, como de los “salvajes” que había que civilizar y evangelizar.
El sueño de los nueve años marcó la vida del pequeño Juanito Bosco, el futuro de su vocación y el devenir de los Salesianos y de Misiones Salesianas: “Soñé que estaba en una región salvaje, totalmente desconocida. Era una llanura completamente sin cultivar en la cual no se veían montañas ni colinas. Solamente en sus lejanísimos límites se veían escabrosas montañas. Vi en ellas muchos grupos de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudo. Eran de una altura extraordinaria, de aspecto feroz. Vi aparecer un grupo de misioneros. Se acercaban a los salvajes con rostros alegres y precedidos de un grupo de muchachos. Eran nuestros salesianos”.
Este fragmento del sueño de Don Bosco contiene, como casi todos, un denominador común: los jóvenes y su desarrollo personal y espiritual.
El Rector Mayor con el salesiano congoleño
Don Bosco soñó siempre con ser misionero. Ya en tiempos de don Cafasso, su Director espiritual, quería ir a las misiones. También tuvo ese ideal cuando fundó la Sociedad de San Francisco de Sales. Recordémoslo.
Fue en el año 1834. Habiendo aprobado brillantemente los exámenes en el Seminario de Chieri, Juan Bosco volvió a casa con su madre y según costumbre ayudaba a su hermano José en la granja mientras seguía estudiando sus libros predilectos y celebrando reuniones con sus amigos. Uno de aquellos primeros días de vacaciones, mientras con un libro en la mano llevaba una vaca a pastar, se encontró con el párroco de Castelnuovo, Don Cinzano, que admirado del porte de aquel joven le pregunto quién era, pues no conocía. Al saber que era Juan Bosco, de quien le habían hablado, entraron en conversación y le expresó sus deseos de ser sacerdote.
Don Cinzano le ofreció labor en la casa parroquial, donde podría estudiar con toda comodidad. Juan aceptó contento la proposición y cumplió puntualmente en su nuevo puesto durante todo el verano. Pero este encuentro rompía los planes que había fraguado en su mente, pues acariciaba en su interior la intención de consagrarse a las misiones extranjeras al ser conocedor de la Obra de la Propagación de la Fe, fundada en Lyon, y muy divulgada por el Piamonte.
De vuelta a la Residencia sacerdotal en Chieri, Don Bosco ayudaba a su director Don Caffaso en las tareas de enseñanza y el cuidado del orden y la disciplina. Don Cafasso se había convertido así en su Director espiritual, manifestándole todos sus secretos. Pero la preocupación mayor de Don Bosco en la residencia era la del estudio, y considerando la paz y el silencio que reinaba en el convento de Capuchinos del Monte y en el de Nuestra Señora de la Campaña, donde se hallaban algunos de sus buenos amigos, deseo retirarse por algún tiempo e incluso hacerse Capuchino.
Un día hablo con Don Cafasso de todos sus planes y el, sin responder palabra, se contestó con sonreír. Pero Don Cafasso a quien no se le escapaba ningún detalle le dijo que estudiara francés y los rudimentos del español, pero cuando vio que empezaba también con la gramática inglesa, le dijo sin más: — ¡Usted no debe de ir a las misiones! Don Bosco le preguntó: –¿Se puede saber por qué? Don Cafasso añadió: ¡Vaya usted, si puede! ¿Conque no es capaz de viajar una milla y estar un minuto en un coche cerrado sin sentir graves molestias de estómago y quiere atravesar el mar? ¡Se moriría en el camino!
También este proyecto se esfumo no tanto por las dificultades, que no era insuperable, sino por la obediencia al consejo del Superior. Don Bosco estaba destinado como estaba por Dios a fundar la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, se sentía llamado al estado religioso y estaba tan convencido de esta su vocación para poder entregarse al cuidado de los niños.
Nos place comunicaros que, entre los expedicionarios de esta 152ª Expedición, está incluido el padre Dieudonné Ramazani, salesiano congoleño, nacido en una familia musulmana convertida al cristianismo, que recibió el pasado domingo día 21 de noviembre, de manos del Rector Mayor padre Ángel Fernández Artime, la Cruz Misionera de la 152º Expedición Misionera Salesiana.
¡Y es que los designios del Señor…!