Senderos Salesianos

24 septiembre 2024

El Cólera azota Turín (1854). El barrio de Valdocco en peligro.

 

Una terrible epidemia llenó de consternación y espanto a la ciudad de Turín el año 1854. El cólera asiático, después de hacer numerosas víctimas en Liguria (de la Región de Génova), pasó al Piamontés y lo sembró de cadáveres (60%). Llegó a tal extremo el pánico que se apoderó de los habitantes de la capital, que se cerraron las tiendas, se suspendió el comercio, y muchos dejaron a toda prisa sus casas para ir a refugiarse en parajes libres del contagio. El pueblo creía que los médicos apresuraban la muerte de los atacados para disminuir el peligro público. 

No pocos creyeron que el mal era inevitable y en cuanto una persona caía enferma, cerraban la estancia, abandonaban la casa, y dejaban morir al paciente sin amparo. Fue necesario que los sepultureros forzaran las puertas y ventanas para extraer los cadáveres que, descompuestos, infectaban la población. En el barrio de Valdocco hubo familias, no sólo que diezmadas sino que fueron completamente aniquiladas.

Ciudad de Turín 1854 Año del Cólera

¿Cuál fue la suerte de Don Bosco y de sus niños en aquellos días de universal espanto? El buen Padre no descuidó ningún medio para impedir que el mal invadiera el Oratorio. Hizo que se procediera con el mayor cuidado la limpieza interior y exterior de la casa, aumentó el número de los dormitorios, a fin de evitar el amontonamiento de los dormitorios de las camas, mejoró la alimentación, en una palabra, sin  reparar en gastos, hizo cuanto humanamente se podía para preservar de la enfermedad.

Después de haber empleado todos los medios naturales, acudió lleno de confianza a la Providencia.

Se sabe que desde los primeros momentos dirigió al Señor esta plegaria: “Dios mío herid al pastor, pero tener piedad del tierno rebaño. Vos Madre amorosa y potente, proteged a estos hijos  y si el Señor quiere la vida de uno de nosotros, ofrecedle la mía para que de ella disponga a su agrado”.

Don Bosco pide a la Virgen Auxiliadora, no afecte a sus jóvenes del Cólera

Luego para implorar la divina  misericordia, comenzó con los suyos una novena  a la Virgen Santísima. “Sabéis –les dijo en la Víspera— que el cólera ha aparecido en Turín, y que han ocurrido ya algunos casos de muerte. Esta epidemia no es nueva en el mundo: los Libros Santos hacen mención de ella, y dicen los excesos de la misma acarreando enfermedades y la hartura conduce hasta el cólera. Dios que indica los gérmenes de esta terrible enfermedad, nos sugiere así mismo los medios para evitarla. Sé parco, –nos dice– en las comidas que se te presentan. Un poco de vino basta al hombre bien educado. 

Y en otro apartado nos da este otro precioso consejo: “Aléjate del pecado, sé recto en tu modo de obrar, y limpia tu corazón de toda culpa”. ¿Cómo podrá tener valor y tranquilidad de espíritu el que está en pecado mortal, el que vive en desgracia de Dios, el que al pensar en la muerte, ve abierto el infierno? “Poned toda vuestra confianza en el poder de María; Ella es salud de los enfermos, madre de misericordia, abogada, vida, dulzura y esperanza nuestra”.

 Os recomiendo que mañana hagáis una buena Confesión y una santa Comunión, a fin de que yo pueda ofreceros a la Virgen Santísima, y rogar que os proteja como a hijos predilectos. ¿Lo haréis? les dijo Don Bosco, y un sí, sí, clamoroso contestaron todos. Después de un silencio profundo continuo: “Si os ponéis en gracia de Dios, y no cometéis ningún pecado mortal, os aseguro que ninguno de vosotros será atacado del cólera, pero si alguno se obstina en permanecer en desgracia de Dios, o se atreve a ofenderle gravemente, no podré asegurarle lo mismo”.

 Es imposible describir el efecto que produjeron las palabras del Siervo de Dios. La mayoría de los niños se confesaron aquella misma noche y al día siguiente todos hicieron una fervorosa Comunión.

Don Bosco se dirige a los jóvenes buscando ayuda para los enfermos del cólera

Las autoridades se vieron obligadas a abrir grandes lazaretos para los numerosos contagiados que carecían de asistencia y no contar con personal para atenderlos. Nuestro Santo fue uno de los primeros en ofrecerse para tan caritativa obra viendo el lastimoso abandono en que morían por falta de enfermeros, se dirigió a sus jóvenes exhortándoles a la generosidad de sus corazones.

Catorce alumnos respondieron al momento a esta indicación del Padre, y pocos días después, otros treinta hicieron lo mismo. Para comprender este heroico comportamiento y observando que era tal el terror que embargaba los ánimos, que casi todas las personas sanas, sin excluir los médicos que había en la ciudad. El mismo Don Bosco lloraba conmovido al contemplar el arrojo de sus hijos.

Al día siguiente cada uno de estos héroes de la caridad, fue a ocupar su puesto, este en un lazareto, aquel en una casa particular y en todas partes fueron recibidos como ángeles enviados del Cielo. Tarde

y noche sin tiempo ni para comer estaban en continuo movimiento inspirados en los ejemplos de su amado Padre se hallaban tranquilos y contentos. Algunos de los enfermos que asistían no tenían ni la ropa necesaria para cubrirse y corrían al Oratorio donde mamá Margarita les daba de lo poco que tenía: bien una camisa, una sábana, una toalla…

Digno es también de mencionarse un hecho verdaderamente prodigioso ocurrido en aquella época. El 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María Santísima, uno de los alumnos del Oratorio, llamado Domingo Savio, se presentaba en una casa del barrio de Cottolengo y pregunta al dueño: –¿Tenéis en casa algún enfermo atacado de cólera? –Gracias a Dios, aquí todos estamos buenos, respondió. –Sin embargo, respondió Domingo, yo creo que aquí hay una enferma muy grave. –Dispensa, buen muchacho, te habrás equivocado, eso será en otra casa. El niño se retiró pero vuelve al momento y dice al dueño: -Haga usted el favor de mirar; aquí debe haber una enferma. El propietario por complacerle recorrió todas las estancias, y encuentra en efecto, en un desván a una pobre anciana, sin fuerzas ya para pedir socorro. Solo hubo el tiempo necesario para administrarle los últimos Sacramentos.

Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, el 8 de Septiembre de 1854

El Oratorio con casi un centenar de personas, situado además en el barrio más castigado por el cólera, todos disfrutaban de una salud envidiable. Solo nuestro Santo sintió una noche los primeros síntomas del mal, pero, después de haber hecho todo lo posible que en tales casos se aconsejaba, y de encomendarse a Dios, se durmió bañado en sudor, y a la mañana siguiente se encontró bueno.

Don Bosco eligió para dar gracias a Dios por tan visible protección, el 8 de Diciembre, día en que, aquel mismo año, el inmortal Pio IX, rodeado de doscientos Prelados, proclamaba el gran dogma de la Inmaculada Concepción.

 

Manuel Carranza

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