Valdocco: “Vallis occisorum”, Valle de los mártires
Valdocco, es parte del comienzo de una obra que todos conocemos, queremos y nos da paso a recordar y recordar. Tantas veces como lo repetimos he sentido hoy en profundizar, mejor conocer lo que en el siglo III sucedió en este Valle. Veamos.
El nombre de «Valdocco» viene del latín vallis occisorum, que traducido al castellano es “Valle de los mártires”. Según una antigua tradición en este lugar fueron martirizados tres soldados cristianos de la Legión Tebana de nombres Octavio, Solutor y Adventor, alrededor del año 300.
Estos tres santos protectores de la ciudad italiana de Turín lo son con todas las letras y con todos los honores. Eran soldados y pertenecieron a la llamada legión tebana, que recibía su nombre por provenir el origen de muchos de sus soldados de la ciudad de Tebas y alrededores. Estaban comandados por un tal Mauricio, y por sus dos manos derechas: Exuperio y Cándido.
Se convirtieron por medio del obispo Himeneo, cuando estaban acuartelados en Aelia Capitolina, o lo que es lo mismo, cuando salvaguardaban Jerusalén, que el emperador Adriano había cambiado el nombre latinizándolo.
Casi toda la legión fue martirizada por proclamar a Jesucristo como victorioso y no al emperador. ¿Pero quién era el Emperador por aquella época? Pues lo era Maximiliano, que tenía el ego muy subido y malas pulgas a las rebeliones.
«Su excelentísima merced, oh, Maximiano, que la legión tebana, cuando vence a los bárbaros en las Galias encomienda sus victorias a un tal Cristo» que le indicaban sus espías.
«¿A quién?» se sorprendía el emperador. «Si son mis mejores hombres» y allá que fue a verlo con sus propios ojos, porque de verdad que eran sus mejores soldados. Eran unas bestias pardas en el combate de la legión tebana.
Acabó con la insurrección dando muerte a numerosos hombres de aquel ejército, especialmente a los cabecillas mientras algunos huyeron. En el caso de nuestros santos-mártires de hoy, escaparon de la masacre y cerca de Turín, les detuvieron.
Tanto Octavio, como Solutor y Adventor, debían ser de los más fervientes cristianos de la tropa; y había que dar escarmiento. Les hicieron prisioneros y pensaron que hacer con ellos. El S. III era una época cuyo tiempo se empleaba en buscar cual era el método de encontrar la tortura ideal.
Santos Octavio, Solutor y Adventor mártires de Turín
Como los tres amigos eran unas máquinas, se escapan de la cárcel y se adentran en un bosque cercano sin tener mucha idea por dónde iban cuando una patrulla, con su centurión al mando los localizó y les da muerte. Dejároslos ahí tirados pero una matrona romana, muy pía ella, recoge los cuerpos y los llevó a Turín. El lugar donde los enterraron se convertirá en una capilla, luego en una iglesilla y después en todo un monasterio benedictino. En 1539 los restos de San Octavio, San Solutor y San Adventor se llevan al santuario de la Consolata, allí en Turín central, y en 1619 se construye la iglesia de los Santos Mártires, con todo el barroco turinés a tope, y es allí donde se veneran sus reliquias.
Iglesia de los Santos Mártires
Valdocco, el primer asilado
Saltamos los siglos como las páginas de un libro y nos vamos al s. XIX a una tarde del mes de Mayo. Densos nubarrones que durante varias horas habían ocultado el cielo, se resolvieron en una lluvia torrencial. Don Bosco y su madre acababan de cenar, cuando oyeron llamar con timidez a la puerta. Apresurándose a abrir y se presentó ante ellos un joven empapado de la cabeza a los pies, que pedía pan y hospedaje.
Algún vecino o mejor dicho la Providencia le había encaminado al Oratorio de San Francisco de Sales para echar las bases del asilo.
La bondadosa Margarita acogió bondadosamente al joven, le hizo sentar junto al fuego y cuando le hizo entrar en calor, y secar sus vestidos le dio una buena y abundante sopa. Entones Don Bosco le preguntó de dónde venía, si tenía padres y en que se ocupaba.
—Soy huérfano –les contestó—hace poco que he llegado de Valsesia para buscar trabajo como albañil. Traía tres pesetas pero las he gastado antes de ganar un céntimo y no tengo nada ni sé a dónde dirigirme.
Don Bosco le pregunto si había hecho la primera comunión, si estaba confirmado, si se confesaba y que pensaba hacer. Contestó un tanto confortado al entrar en calor por el fuego y la sopa diciendo que no sabía que hacer; pero les rogaba le permitieran pasar esta noche en algún rincón de la casa mientras se echó a llorar amargamente.
A Margarita tan bondadosa y buena se le arrasaron en lágrimas los ojos; Don Bosco estaba también conmovido.
El joven, llora ante las miradas bondadosas de D. Bosco y Margarita a la entrada del Oratorio
—Si yo supiera, le dijo cariñosamente D. Bosco al joven, que no eres un ladronzuelo te daría alojamiento, pero ya otros me han robado varias prendas y temo que tú te lleves las pocas que me quedan.
—No señor. Yo soy pobre, pero siempre he respetado lo ajeno. Si quieres, dijo Margarita a su hijo, yo le buscaré un sitio para esta noche y mañana Dios dirá. Dormirás aquí en la cocina. Donde usted me diga, respondió el joven.
Margarita le preparó allí una cama de este primer asilado que la Providencia les enviaba. Después hizo al joven algunas reflexiones sobre la necesidad del trabajo la fidelidad a los deberes religiosos y, de este modo, sin advertirlo, dio origen a una práctica que yo recuerdo cuando era alumno nos reunían en el patio al terminar la jornada de la tarde y un Salesiano, nos dirigía unas palabras, entre consejos, recomendaciones y afectuosas exhortaciones. Era lo que se llamaba “Las Buenas Noches Salesianas”, y que en la práctica fue Margarita, la madre de Don Bosco, quien en su práctica inició y se continuo al acabar el día en el Oratorio y sucesivamente.
Por último, rezó las oraciones de la noche que el joven no recordaba y D. Bosco y mamá Margarita después de dadas al niño las buenas noches, se retiraron a descansar, si bien antes Margarita tuvo la precaución de echar la llave a la puerta para asegurarse de las ollas.
Pero este huésped, no era de la calaña de los anteriores que se llevaron las pocas sábanas que disponían, al contrario, era digno por su honradez de servir de piedra fundamental a la nueva Institución.
Oratorio de San Francisco de Sales del año 1846 al 1851
Don Bosco le consiguió una colocación al día siguiente. El afortunado joven continuó acudiendo al Oratorio para comer y dormir, hasta que al presentarse el invierno, por faltarle el trabajo, regresó a su pueblo. Desde entonces nada se supo de él: se cree que murió poco después. Se buscó en su día su paradero y hubo gran pesar al no encontrar ninguna señal de vida ni recordar su nombre.
Cobertizo de Casa Pinardi, donde se acondiciono e instaló la Capilla
Quizás lo haya dispuesto así el Señor, para que más resplandezca su intervención en una obra tan grandiosa y que tuvo tan humildes y oscuros principio.