Misioneros entre los atentados, guerras y terremotos
Situaciones apocalípticas o violentas las que estamos conociendo a lo largo del día por medio de las diversas comunicaciones. Parece que el mundo no tiene otra oferta triste y lamentable que ofrecer. Muchos son los que sufren y muchos también los que rezamos para que se aminoren o mejor desaparezcan y la paz tan deseada, recorra como la paloma y el ramito de olivo en su pico.
La razón y el diálogo no fluye debidamente y la cerrazón mental campea a sus anchas sin ton ni son. Pero también se reza, como hemos mencionado y el Dios bueno y misericordioso alerta el Espíritu en personas inundadas de paz y entregadas al prójimo.
Cuantos misioneros y misioneras y hasta personal civil, colaboran y entregan su vida por ellos. Por la orientación de su Fe, por Amor verdadero. “Ser madre misionero, fue siempre mi ilusión…” es la letra de una canción que cantábamos el “Dia del Domun” mientras recorríamos las calles de Huesca, animados por el espíritu misionero de Don Bosco.
Porque la idea misionera en Don Bosco creció, puede decirse, con él. Siempre una voz interior lo llamaba a llevar el Evangelio a los pueblos infieles y sabedor de que él no podría ir personalmente, cultivó el deseo de dar a la Iglesia la actividad de sus hijos, a la vez que al constituir su Congregación, daba forma para en su día enviar a sus hijos a los lejanos lugares siendo portadores de la “Buena Nueva”.
En 1871 un “sueño” le hizo tanta impresión que lo juzgó como “un aviso del cielo” y como tal se lo contó a sus hijos: “Me pareció encontrarme en una región salvaje y completamente desconocida. Era una inmensa llanura toda inculta que no se divisaban ni colinas ni montes…” Luego sería La Patagonia. Y los misioneros llegaron y se propagaron y fundaron sus centros de Fe, con sacrificios y penalidades, pero con la alegría de haber sido portadores de la Palabra. Muchos han muerto pero su siembra deja su fruto y hacia ellos dirigimos nuestro fraternal recuerdo y nuestras fervientes oraciones.
Entre ellos pensamos en el salesiano asesinado Antonio Cesar Fernández. Tenía 72 años y había cumplido los 55 de salesiano. Hijo de un profesor del Colegio Salesiano en Pozoblanco (Córdoba), donde nació, heredó su vocación por la enseñanza. Estudio Magisterio y se licencio en Historia del Arte. Con una clara vocación como misionero, implanto en África el ideario de las Escuelas Salesianas.
D. Antonio fue asesinado con tres tiros el 15 de febrero de 2019, hace ahora cuatro años, en un atentado yhadista mientras viajaba junto a otros dos salesianos togoleses, que sobrevivieron, al pasar la frontera sur de Burkina Faso. Los Salesianos regresaban a su Comunidad después de haber participado en el Capítulo Provincial de la Inspectoría Salesiana de África Occidental que se había celebrado en Lomé (Togo), donde había fundado la primera Comunidad de la Congregación.
El asesinato del Salesiano Antonio Cesar Fernández, nos pone ante la trágica realidad en la que viven muchos misioneros que como él están entregados al anuncio del Evangelio. Antonio era un trabajador entusiasta e incansable,
D. Antonio César Fernández Salesiano
un Salesiano sacrificado, austero. Una persona sabia y de gran hondura humana y espiritual.
Llegó en 1982 a Togo para abrir las primeras obras Salesianas en este país. Trabajó en Costa de Marfil y Burkina Faso, pero especialmente en Togo, donde desarrolló su labor como misionero Salesiano. Pocos días antes de morir, celebraba los 50 años de profesión religiosa y grababa un mensaje en video agradeciendo al Señor el haber vivido la vocación Salesiana: “He recibido muchos beneficios del Señor” nos dejó dicho.
Con la cruz colgada en su cuello, con su breviario, viajaba muchas veces solo, en transporte público, con la confianza siempre puesta en Dios. Este testimonio de Antonio Cesar Fernández, es el testimonio callado de los cientos de misioneros que están al lado de los que más lo necesitan, entre atentados, guerras y terremotos, en los lugares más inseguros, allí donde el Evangelio se hace presente para ofrecer enseñanza, acogida a niños, jóvenes y mayores que necesitan ayuda. Una semilla, en definitiva, que a veces tiene que morir para dar su fruto.
D. Antonio Cesar Fernández, descansa en su pueblo natal de Pozoblanco (Cordoba). (D.E.P.). Nuestro recuerdo y nuestras oraciones a todos los misioneros muertos de manera violenta y a todos los que ofrecen sus vidas por los demás.
Manuel Carranza