Y nos veremos, nos tenemos que ver y ver a María Auxiliadora en su Santuario, de manera física o utilizando cualquiera de los medios a nuestro alcance (por el canal que transmite diariamente las misas de 12 y 8 de la tarde, todos los días más el domingo a las 10 de la mañana, ante la imagen que disponemos, y somos muchos, de su imagen en casa, o en el calendario que llevamos en nuestra cartera) porque la necesitamos ver y sentirla en nuestro pensamiento y en nuestro corazón.
Necesitamos de la Virgen María como los hijos necesitan de su madre. María es nuestra Madre porque al ser Madre de Cristo (Cf. Lc.1, 26-38) es, extensivamente, Madre de su Cuerpo místico que es la Iglesia, es Madre de los bautizados, es nuestra Madre en el orden de la gracia. Necesitamos de María porque es nuestra Madre.
Necesitamos de la Virgen María porque es Medianera universal de todas las gracias. Necesitamos de la ejemplaridad de María, aprendiendo de Ella a hacer de nuestra vida un sí para Dios y para los hermanos, viviendo en fe, esperanza, caridad.
Ella nos enseña cómo acoger, meditar y vivir la palabra de Dios, acogiéndola en nuestro corazón (Lc. 2, 9) desde la Anunciación a la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión. María nos enseña a caminar, fieles a Cristo y a la Iglesia. Iluminando la realidad temporal.
Nos recordaba Pablo VI en su Adoración en Nazaret, que “desearíamos ser otra vez niños y volver a esa humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos, volver a empezar junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!”