El Señor quiere que en estos tiempos a su Madre se le invoque con el nombre de Auxiliadora (MB 10, 81)
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San Juan Bosco fue sin duda el santo de María Auxiliadora, con él esta advocación mariana encontró el mejor paladín y trampolín para el desarrollo y popularidad, “No he sido yo, ha sido la Virgen Auxiliadora quien te ha salvado”… “Cada ladrillo de este Iglesia –se refería a la gran Basílica que en su obsequio empezó el 1863— es una gracia de la Virgen María”…
Pero será en 1862 en plena madurez de Don Bosco, cuando éste hace la opción mariana definitiva: Auxiliadora. “La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: los tiempos que corren son tan aciagos que tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la fe cristiana”.
Desde esa fecha el título de Auxiliadora aparece en la vida de Don Bosco y en su obra como central y sintetizador. La Auxiliadora es la visión propia que Don Bosco tiene de
María. La lectura evangélica que hace de María, la experiencia de su propia vida y la de sus jóvenes salesianos, y su experiencia eclesial le hace percibir a María como Auxiliadora del Pueblo de Dios.
… somos la Familia Salesiana.
Desde los inicios fue una gran Familia. La historia de la Familia Salesiana comienza en la primera mitad del siglo XIX con la primera forma de Congregación, constituida por salesianos religiosos y cooperadores laicos, y con un modelo de espiritualidad: San Francisco de Sales.
San Juan Bosco, a lo largo de su vida, siempre tuvo necesidad de todos: en I Becchi, de una madre especial, de don Calosso, de todo un pueblo que, de diversas maneras, le ha ayudado. También en Chieri, en su adolescencia y juventud, necesitó de buenos amigos, como Luis Comollo y Giacomo Levi, llamado Jonás, de tanta hospitalidad y trabajo para poder estudiar. También en Turín, al inicio de su obra pastoral, necesitó de un santo sacerdote, don Cafasso, que le va marcando el camino, de la marquesa Barolo, de don Borel.
De tantos sacerdotes y laicos (aristócratas, simples trabajadores, comerciantes) que de diversas maneras han colaborado en la obra de los oratorios, de mujeres especiales como mamá Margarita y su hermana, la madre de Rua, la de Miguel Magone, la madre del canónigo Gastaldi, de los muchachos que le salvan la vida, de quien no se lo hubiera esperado, el ministro Rattazzi. Parece que el Señor haya dirigido a don Bosco con diferentes experiencias a lo que luego será su modalidad de trabajo: la colaboración.
En un escrito suyo describe la primera forma de Familia que luego llamó «Congregación salesiana». «Para conservar la unidad se espíritu y disciplina, de la que depende el buen éxito de los oratorios, desde el año 1844 algunos eclesiásticos se reunieron para formar una especie de congregación ayudándose unos a
otros con el ejemplo y con la instrucción. Aunque no se hicieron votos, sin embargo, en la práctica se observaban las reglas allí expuestas, es decir, las Constituciones salesianas que fueron escritas a partir de 1858″.
Con ellos, reunidos en torno al sacerdote Bosco e inspirados en San Francisco de Sales, también colaboraban cristianos laicos, hombres y mujeres para el bien de los jóvenes de los oratorios de la ciudad. La Congregación, instituida al principio bajo una única forma de agregación, fue desde 1859 organizada en dos categorías: la compuesta por salesianos religiosos de la Pía Sociedad de «San Francisco de Sales» (1874) y la otra por laicos comprometidos en la obra educativa de los oratorios bajo el nombre de «Pía unión de Cooperadores Salesianos» (1876). Los Cooperadores, apoyando a los religiosos con estrecha colaboración en la misión educativa y evangelizadora.
… y adoramos al Señor en el Sagrario.
En la Biblia se descubre el interés de Dios por estar cerca de los hombres para que le pudieran reconocer como Dios. Por eso hizo una alianza con el pueblo de Israel. Ellos se comprometían a escuchar su voz y a obedecerle y Dios se comprometía a estar en medio de ellos y a protegerles. Su presencia estaba en un lugar sagrado. Me harán un santuario y habitaré en medio de ellos (Ex 25, 80). Primero fue la “Tienda del encuentro” durante el éxodo por el desierto y luego instalada en Jerusalén y después reemplazada por el Templo de Salomón. Allí en el “Sancta sanctorum” habitaba Dios de una manera especial en medio de su pueblo.
Pero al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mismo puso su tienda entre los hombres, y habitó entre nosotros, como dice Juan en el prólogo de su Evangelio (Jn 1,14). Aquella presencia de Dios en medio de Israel quedó sustituida por un Hombre en cuyo Cuerpo habita en plenitud la divinidad. Jesucristo es el Emmanuel, Dios con nosotros.
El predijo a los judíos que si le mataban, ya no habría templo en Jerusalén, y que al tercer día reedificaría otro templo no hecho de mano de hombre.
Una vez resucitado ya no iba a haber más templo ni lugar donde se adorará a Dios, porque los verdaderos adoradores adorarían en espíritu y en verdad. Ya no sería en un “lugar donde se adoraría a Dios, sino en una Persona dondequiera que se halle el Cuerpo de Cristo, allí estará Dios.
Quien desee encontrarse con Dios tiene que ir a Él porque no se nos ha dado otro nombre bajo el cielo, no hay otro camino, no hay otro lugar. Cristo está en su Iglesia (Mt 28, 20) y en todo hombre que permanezca en su palabra y en su amor (Jn 14, 16; 15, 4-9) pero de una manera especial de un modo sacramental en su Cuerpo y en su Sangre (Jn 6, 56): Esto es mi cuerpo…, esta es mi sangre… (Mc 14,22; 1 Cor 11, 24).
¡Hasta nuestra próxima visita al Sagrario¡ y El 24 nos vemos…