El corazón de María es un gran tesoro, su boca es el canal de ese gran tesoro por el que podemos ver alguna cosita. Esa boca llena de miel, oro y piedras preciosas no se abre mucho, por eso debemos abrir nuestra alma para recibir ávidamente cada palabra y entenderlas de la mejor manera.
Recordemos como durante su estancia en Caná de Galilea, se celebra una boda a la que asistía la madre de Jesús. Fue también invitado Jesús con sus discípulos al banquete. Y como faltase el vino, dice a Jesús su madre: “No tienen vino” Y Jesús le responde: “¿Qué a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes:” Haced cualquier cosa que os dijere”.
Ahora, María pide por su hijo. Pide como una Madre. Debemos por tanto que tener mucho cuidado con esto, desde que María dijo: Ecce ancilla Domini (he aquí la esclava del Señor), no pide como una esclava sino como una madre. Y hay que ver los ojos de María, cuando mira con humildad a su hijo amado para hacerle esa petición, se debe tomar en consideración su corazón y los sentimientos que suceden allí.
Con ello María quiere que la gloria de su Hijo se manifieste pero también la comodidad de los invitados. Dos deseos dignos del amor perfecto del corazón de María.
También observamos en la vida de María, su vida de silencio, todas las maravillas de su amor contenidas en su interior. Y al hablar lo hace con el menor número de palabras, incluso con su Hijo, solo hablaba en silencio.
Que nuestra oración más perfecta, nuestra forma de rezar y de abrir las heridas de nuestro corazón, sea con nuestro silencio ante el mirar de madre de nuestra Auxiliadora. Es por lo que El 24 nos vemos
