Y todo empezó con… nada. Era el saldo de lo disponible casi siempre (sin casi) y un haber que se salía de la página “contable” de Don Bosco. El señor Pinardi vendía la casa por ochenta mil pesetas, el adquiriente le ofrecía treinta mil, a pagar en quince días y al contado. Tiene guasa el comprador. Pero el conocido hombre temerario, es mejor llamarle hombre providencial.
Han cerrado el trato. Acaba de retirarse el señor Pinardi. A la espera D. José Cafasso, el sacerdote quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco. Le trae un encargo de una admiradora del Santo, una condesa turinesa. Y le entrega la cantidad de diez mil pesetas para que la destine a lo que crea más conveniente y mayor gloria de Dios. ¡Qué mejor y conveniente destino que al que va a ser aplicado!
Don Bosco “cristalizando” sus ojos y después de un ¡Bendito sea! Le refirió a D. Cafasso la compra y “condiciones” que acababa de hacer. Don Cafasso no se asombra, confía. Al día siguiente llega un Padre Rosminiano, llamados así por su fundador, Antonio Rosmini, dedicados a la caridad, distribuyendo rentas del Santuario de S. Michele della Chiuda, una antigua abadía en la cumbre de una montaña cerca de Turín, que administraban.
Le consulta el deseo invertir veinte mil pesetas para causas de caridad. Y en casa del banquero donde hacen el “contrato”, se decide nada mejor ni más sencillo, que aportarlas en el importante “negocio”, que llevaba en sus manos. Era una nueva prueba de la protección que la Divina Providencia dispensaba a la empresa de Don Bosco.
Y así empezaba el Oratorio, con la necesidad de rebajar el suelo de un viejo y destartalado cobertizo en terrenos de Valdocco, para construir una capilla. Los niños se entretenían en subir y bajar el montoncito que con la tierra de allí sacada se había formado. Un día subió también nuestro buen Padre sobre el montón de tierra y, dirigiéndose a los niños que le rodeaban les dijo: “Sabed que un día en este mismo sitio, donde ahora nos encontramos, se erigirá el altar de una iglesia, y vosotros vendréis a recibir la santa Comunión y a bendecir al Señor…”
Cinco años después, al presentar el ingeniero el plano de la nueva capilla, sin habérsele hecho ninguna indicación, disponía que el altar mayor estuviese situado en el mismo sitio designado por Don Bosco. Recuerdo la anécdota que dio paso al hecho, precisamente en unos días en que Don Bosco era tomado por loco.
Un respetable sacerdote, que le oyó entonces decir que pensaba edificar un templo, le interrumpió diciendo: “El día que usted edifique una iglesia, yo me trago un perro”. Y ese día llegó. Cuando se puso la primera piedra de la iglesia de San Francisco de Sales, acercose el incrédulo a Don Bosco y le dijo: “Le doy la enhorabuena y le ruego me dispense del cumplimiento de la condición de la apuesta”. Don Bosco sonreía, mientras el buen sacerdote, acompañando en la risa a Don Bosco, concluyó: “Creo en todo cuanto entonces usted nos decía y en mucho más”.
Pues de aquel cobertizo de casa Pinardi, el pasado día 4 de octubre en el Oratorio de Valdocco, se inauguró el Museo “Casa Don Bosco”, y después de haber escuchado las solicitudes de muchos fieles en estos últimos años y el deseo de tantos amigos de la obra salesiana de Valdocco, el 24 de octubre – fiesta mensual de María Auxiliadora – se inició la adoración perpetua en la Capilla Pinardi de Valdocco, cuya fotografía acompañamos. Y desde las 8:30 a las 20:30 la Capilla Pinardi quedará abierta para quienes buscan en Valdocco un lugar tranquilo, sereno y silencioso para rezar y presentar al Señor sus inquietudes más profundas.
Tenía razón el sacerdote del perro, por lo de “y mucho más”